Τarayuela es un punto en el mapa, dos coordenadas donde el tiempo siempre buscó detenerse. Tarayuela es una tierra que siente el salitre de la mar y el aroma de las rocas corraleras, que la acarician cuando la bajamar descubre los restos de aquellas piedras olvidadas. Tarayuela es el atardecer, el que despide al sol en ese horizonte que el destino siempre anheló para morir.
Pero Tarayuela es mucho más. Tarayuela es una historia de amor. O mejor dicho, es la historia de amor: la de un hombre a su tierra, a las raíces de un lugar; de su lugar en el mundo. Tarayuela es la constancia, el sacrificio, el trabajo y la pasión; es la piel bañada por el sol. Tarayuela son las manos arañadas por el paso del tiempo y son aquellos pies descalzos que caminaron sobre una tierra agrietada que se hizo dueña y amante de un hombre, porque ese hombre quiso ser Tierra, esa misma tierra que cada día se asomaba a la Mar.

Tarayuela es la historia de un hombre cuyas palabras no quedaron grabadas en una caligrafía cuidada, pero que escribió sobre renglones que nunca torció. Tarayuela es la sabiduría de quien no dejó frases célebres para la posteridad, pero en sus reflexiones y conversaciones mostró que los caminos siempre tienen veredas, donde muy pocos se han atrevido a caminar. Tarayuela fue su escuela, una escuela sin lápices, cuadernos ni libros; sin aulas, pupitres, horarios ni recreos. Junto a su mujer, Tarayuela fue su vida, la que con su mirada distinta del mundo, siempre supo cuidar de sus raíces, convirtiéndose en hijo de la razón, esa misma razón que hoy despreciamos, y que él nunca confundió con eso otro que ahora muchos llaman la verdad.
En esa escuela llamada Tarayuela, todos somos alumnos y aprendices de lo que nos encontramos a nuestro alrededor. Porque Tarayuela es la humildad del que sabe que todo está por conocer. Y su lenguaje, es un lenguaje de amor, que por serlo, hasta tiene parecido fonético con aquella obra de Cortázar, ¡bendita casualidad!
Por todo lo anterior, y por todo lo que nos queda por descubrir, si quieres formar parte de esta escuela llamada Tarayuela, y estás dispuesto a enseñarme para que entre todos podamos aprender, acompáñame junto a este hombre que se llamó Manuel, y emprenderemos este viaje por el mundo de las Raíces y de la Tierra, de esa Tierra que siempre quedó bañada por la Mar.